Conquistar el cielo by Paolo Giordano

Conquistar el cielo by Paolo Giordano

autor:Paolo Giordano [Giordano, Paolo]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Realista
editor: ePubLibre
publicado: 2018-04-30T16:00:00+00:00


* * *

Danco y Bern se agenciaron las luces de una fiesta de pueblo: tres arcos blancos e imponentes adornados con figuras estrambóticas y cientos de bombillas redondas atornilladas en fila que al prenderlas incendiaban la noche de la hacienda. Los montaron juntos, como retablos de altar. Hicieron falta cuerdas para izarlos y algunos refuerzos para mantenerlos en pie.

No pregunté de dónde habían sacado las luces; tampoco quise saber de dónde venían las mesas de madera, los bancos, los manteles y las decenas de velas, también blancas, que alumbrarían los ramos colocados en tarros. Gran parte del mérito debía atribuirse a Danco: tenía amigos por toda Apulia, gente a la que pedir favores.

Los preparativos me entretuvieron hasta el día de la boda casi sin darme cuenta. Una tarde me vi bajando la escalinata del ayuntamiento de Ostuni engarzada al brazo de Bern, ya su mujer, bajo una lluvia de arroz. Los granos se pegaban al pelo depositando un fino polvo sobre el peinado que mi madre me había hecho esa mañana.

Bern y yo recorrimos a pie el sendero de la hacienda mientras el sol se ponía en el horizonte alargando nuestras sombras fundidas, tanto que llegaban a rozar las de los primeros frutales. El campo y nosotros dos, por fin, una única cosa.

Los invitados nos seguían divididos en grupos, de vez en cuando alguno nos adelantaba para sacarnos una foto. Tommaso fue el único que se quedó en la hacienda para organizar a los chicos de una cooperativa agrícola convertidos en cocineros y camareros improvisados. La noche devoró después los últimos rayos de sol y nos sumergimos en la luz de las innumerables bombillas.

—Nunca había visto tanta gente aquí —dijo Cesare, acariciándome la mejilla.

—Espero que no te disguste.

—¿Por qué habría de disgustarme?

—Siempre lo has visto como un remanso de paz.

Deslizó la mano de la cara al cuello, un contacto tan íntimo que, viniendo de cualquier otro, me hubiera sobresaltado, pero con él era distinto. En un día así, su presencia me infundía confianza.

—Siempre lo he visto como un lugar sagrado —me corrigió—, y no imagino una forma mejor de festejarlo. —Sonrió escrutando mi rostro en busca de algo—. Una vez te dije que antes fuiste un anfibio, ¿lo recuerdas? —Claro que lo recordaba, pero me sorprendió que él también—. Pues bien, hoy estoy convencido de ello: eres capaz de adaptarte a muchos mundos, Teresa. Puedes respirar en el agua y en la tierra.

Habría bastado un suspiro para confesarle aquello que, incluso entre tanto alboroto, me pesaba en el corazón: «Queremos robar una niña. Queremos robar a nuestra niña». Presentía que él adivinaba la existencia del secreto. Me animó con los ojos, pero yo desvié la mirada hacia otro sitio.

—Gracias por haber venido —dije.

—No te vayas, quiero presentarte a alguien.

Lo seguí hasta la pérgola. Cesare tocó el hombro de una mujer de melena negra y suelta cuyo vestido azul dejaba al descubierto unas piernas esbeltas.

—Es mi hermana, Marina, la madre de Bern. Creo que no os conocéis.

No me hizo falta oírlo,



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